La pérdida de un ser querido ocasiona uno de los dolores más desgarradores
que pueda experimentar un ser humano. Y por lo general sorprende, porque por
muy deteriorado que hubiese estado el fallecido, el amor que se le tiene dificultaba
en extremo ver la posibilidad de un desenlace fatal.
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Amar y saber, todo junto no puede ser.
(España)
En parte por la sorpresa del evento o por las exigencias de los rituales del
velorio y enterramiento, los niveles de tristeza no son tan elevados
inmediatamente a la pérdida, más bien aparece ira en forma de reclamos al
fallecido por haberse ido y abandonar al doliente.
Pero en días posteriores aparece una verdadera avalancha de recuerdos que
se remontan a los inicios del vínculo con el fallecido. Se magnifican los
aspectos positivos, se les resta valor a los negativos, y se instala un dolor incomparable
ante el cual el individuo se defiende negando transitoriamente la pérdida al punto
de que estando perfectamente despierto llega a sentir que todo es un mal sueño
que desaparecerá al despertarse, lo cual evidentemente no ocurre.
Aparecen sentimiento de culpa por supuestas faltas cometidas con el
fallecido, así como desinterés por actividades de la vida cotidiana incluso por
aquellas que antes eran muy significativas.
Con el transcurso de los meses ocurre una paulatina reconexión con la vida
diaria y el dolor va aliviándose hasta que se puede recordar al ser querido sin
sufrimiento, incluso hasta con la alegría y el cariño que acompañaron los
momentos vividos juntos.
Lo anterior es una descripción aproximada de un duelo normal, pero con
relación a las actitudes ante este tipo de acontecimiento existen desviaciones que
intensifican o alargan innecesariamente el dolor y pueden conducir a
enfermedades tanto mentales como físicas. Dentro de ellas se encuentra el no
aceptar la realidad de la pérdida lo que puede acompañarse de realizar las actividades
de la vida diaria como si nada hubiese ocurrido y hablar del fallecido como si
estuviera vivo, aunque ausente en ese momento. La negación disminuye el dolor,
pero impide que se elabore el duelo en todas sus fases por lo que no se llega a
la resolución de este.
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Si rodeamos el dolor, siempre permaneceremos
en él. Si queremos superarlo no valen atajos: hay que atravesarlo.
A veces el doliente confunde el necesario llanto ante la pérdida, hablar de
la misma o buscar ayuda con debilidad, y al no llorar o hablar su dolor no lo drena,
lo cual por lo general tiene repercusiones posteriores en la salud física y
mental.
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Sufrimiento que no se expresa en llanto lo
hará con síntomas.
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Compartir el duelo alivia el sufrimiento.
Otros pretenden encontrar alivio mediante el consumo de sustancias, lo que conduce
a la adquisición de adicciones con lo cual se agrega un problema de gran
magnitud al duelo no resuelto.
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Hay quien busca refugio en una colmena.
Una desviación frecuente es quedar anclado en el dolor de la pérdida con la
convicción de que dejar de sufrir o darse placeres que antes se compartían con
el difunto es un irrespeto a este, lo cual, por lo general, se acompaña de procederes
que reactivan constantemente el sufrimiento y mantienen el duelo en su fase
aguda como son el tener la casa llena de fotos, ir constantemente al
cementerio, mantener el cuarto y pertenencias del fallecido como este las dejó
el día de su muerte o como le gustaba que estuvieran. Desde esta posición a
veces se pretende que otros dolientes que ya elaboraron su duelo y se
reconectaron con la vida, continúen sufriendo.
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Lo que ahoga no es caer al río, sino mantenerse
sumergido en él.
También con gran frecuencia el doliente se flagela insistentemente pensando
en faltas cometidas con el fallecido, muchas realmente ocurridas, pero
sobrevaloradas, dentro de las que se encuentran tratos no adecuados o el haber
deseado que falleciera para que dejara de sufrir.
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Lo que pasó no puede dejar de haber pasado.
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A lo hecho pecho.
Como propuestas de actitudes saludables ante el duelo se encuentran el aceptar la realidad e
irreversibilidad del fallecimiento del ser querido.
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Aceptad aquello que no puede ser cambiado.
Concebir el llanto y otras manifestaciones culturales para drenar el dolor
como conductas normales y necesarias tras una gran pérdida y no como
expresiones de debilidad o blandenguería. La verdadera fortaleza ante la nueva
realidad consiste en decidir y mantener la decisión de transitar por las
diferentes etapas del dolor inteligentemente, lo cual incluye el buscar el
espacio con un mínimo de privacidad para desahogarse llorándolo o hablándolo, y
buscar ayuda si fuera necesario.
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Sabiendo
sufrir se sufre menos.
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Pena
compartida es pena disminuida.
Perdonarse a sí
mismo lo que permite recordar al fallecido y pensar en su pérdida sin culpa.
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Nadie
cumple a la perfección con todos sus roles en todo momento.
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¿Si
has sido capaz de perdonar a otros, qué te impide perdonarte a ti mismo?
Aprender a vivir y reconectarse con la vida a través de metas en ausencia
del difunto para lo cual es necesario que este, sin dejar de ser importante, no sea el
centro de la existencia.
- Nunca olvidas a alguien importante en tu vida, solo aprendes a vivir sin
él.
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Tu
vida ira hacia adelante cuando apartes de ti actitudes que llevan hacia atrás.
CONSIDERACIONES FINALES
Dentro
de las actitudes desviadas ante el fallecimiento de un ser querido se
encuentran la negación, quedar anclado al sufrimiento, confundir el necesario
llanto con debilidad, y un mal procesamiento de la culpa. Como propuestas de
actitudes saludables pudieran plantearse aceptar la
realidad e irreversibilidad de lo acontecido, concebir el llanto y otras
manifestaciones culturales para drenar el dolor como conductas normales y
necesarias tras una gran pérdida y no como expresiones de debilidad o
blandenguería, perdonarse a sí
mismo y aprender a vivir y reconectarse con la vida a
través de metas en ausencia del ser querido.
Esto
es todo por hoy, luego seguimos con más. Muchas gracias.
PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO por Arturo José Sánchez Hernández.
Encuentra este tema en el libro "El
poder de la actitud positiva".Capítulo segundo. Eventos vitales a enfrentar.
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